Durante años, se ha construido una narrativa muy injusta en el mundo del fútbol. A Lionel Messi se le exigió más que a ningún otro jugador, mientras que a Cristiano Ronaldo se le elevó a niveles épicos, muchas veces ocultando realidades incómodas.
A Messi lo acusaban de "depender de Xavi e Iniesta", de no hablar, de no ser líder, de desaparecer en partidos importantes. Pero nadie quería hablar de lo esencial: que Messi hacía jugar a todos, que llegó al Barcelona con humildad, se ganó su puesto entre estrellas como Ronaldinho, Eto'o o Deco, y se convirtió en el mejor del mundo, no por marketing, sino por fútbol.
Cristiano, en cambio, fue presentado como el “hombre que ganaba solo”, el que “remontaba todo”, el “líder indiscutible”. Pero la verdad es que jugó siempre en equipos de élite, armados para él: en el Madrid tuvo a Modrić, Kroos, Casemiro, Marcelo, Benzema… todos brillantes, pero que fueron reducidos a simples acompañantes de su figura.
El Real Madrid no solo invirtió millones en Cristiano, sino que construyó una narrativa mediática para enfrentarlo a Messi. Y parte de eso fue crear o impulsar espacios como El Chiringuito, donde día tras día se atacaba a Messi, muchas veces con burlas, insultos disfrazados o comparaciones malintencionadas. Se trataba de erosionar su imagen, porque Messi era una amenaza no solo deportiva, sino simbólica.
Pero el tiempo, como siempre, pone todo en su lugar.
Messi ganó la Copa América. Ganó el Mundial. Fue el mejor jugador del torneo. Lo hizo sin gritar, sin posar, sin desnudarse al meter un gol. Lo hizo jugando para el equipo, como siempre.
Porque mientras Cristiano fue un producto construido —eficaz, sí, pero levantado con marketing—, Messi fue un regalo del fútbol. Y esa es la diferencia que ni los millones ni los medios pudieron borrar.
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